EL BAR DE RAYMONDE


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En un pueblo de los Pirineos franceses (Ossen), a algunos kilómetros de Lourdes, nuestro amigo Alain Vicente nos invitó a visitar uno de esos lugares que nos transportan a la quinta dimensión. No creemos que se trate de una atracción turística recomendada en las guías, pero les aseguramos que no lamentamos haber recorrido tantos valles y montañas para llegar hasta allí.

El « bar de Raymonde » no tiene nombre (o lo desconocemos), ni toldo, ni mesitas en la terraza (ni terraza), ni carteles con publicidad para cerveza (menos aún para gaseosas), es más, el bar no tiene entrada por la calle y las ventanas que dan a ella tienen cortinas o postigos cerrados (pero ésto no es obligatorio).

A lo de Raymonde se llega por el patio de al lado y lo único que nos dice que se trata de un bar es la chapa que pone « LICENCE IV », que es la licencia para vender alcohol.
Para entrar hay que tocar el timbre.

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Un instante después, Raymonde baja de su departamento (que está en el primer piso) para atendernos, pero antes nos pide que esperemos un minuto porque se está « arreglando ».
Raymonde nos da la bienvenida con un cálido apretón de manos, una gran sonrisa y nos hace pasar.

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Lo primero que impresiona el neófito al entrar es la pequeña cocina donde reina una antigua máquina de coser « Singer » y un improbable televisor ubicado a una altura y en un ángulo poco comunes para ver los programas. En ese espacio exiguo hay también una heladera familiar y un teléfono de los 80′.

La « Singer » es su compañera de toda la vida, ya que Raymonde es costurera, o era costurera hasta que heredó el bar que era de su padre.

Raymonde es una mujer de pueblo y de gran clase, coqueta, vestida con la ropa que ella misma se confecciona, siempre lleva collares, aros, rouge à lèvres y zapatos con tacos.

Su amabilidad va de par con su discreción, y da la impresión de que prefiere el reír a hablar.

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Como somos sus primeros clientes (y porque le tiene mucha simpatía a Alain) no rechaza nuestra proposición de invitarla con un trago.
El antiguo bar de madera coronado con una cabeza de ciervo embalsamada nos enterneció a primera vista.

Nos pedimos una cerveza y Raymonde opta por un Pastis.

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Nos intalamos en una de las grandes mesas familiares recubiertas de un mantel de tela encerada, las sillas son las sillas de madera de su casa.

A pesar de la prohibición de fumar en lugares públicos (cartel obligatorio) Raymonde nos acerca un cenicero, al fin y al cabo estamos en el comedor de su casa.

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De repente llegan 7 jóvenes corpulentos y con ganas aparentes de beberse todo el bar. Son ruidosos y afables, nos saludan estruendosamente y con otro apretón de manos mucho más enérgico que el de Raymonde, forman parte del equipo de rugby de Lourdes, anuncian.
Piden 14 pastis, 2 para cada uno y dicen que ya vienen más jugadores…

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Con tanto alboroto, Raymonde les dice que tienen que bajar el nivel de volumen, y le recuerda a un pelirrojo (pilar del equipo, suponemos) que hace tan solo 15 años, ella le distribuía caramelos en ése mismo bar, en vez de alcohol.
Un enorme joven (segunda línea, seguramente) entra por la ventana riendo a carcajadas y saludando a Raymonde como si fuera su propio hijo. Otros dos entran « normalmente » por la puerta. A medio reír, Raymonde se levanta, agarra al joven de la camisa y lo saca por la ventana nuevamente, furiosa y seca. Le dice que a su bar se entra por la puerta y nada más. El joven le pide disculpas en medio de las risotadas de sus amigos y acepta entrar por la puerta.

El equipo de rugby protesta diciendo que los vasos estan vacíos
porque tienen agujeros. Va por diez pastices más, y ésto parece solamente el comienzo.
Hoy es la fiesta del pueblo y parece que todos se dieron cita en lo de Raymonde, cosa extraordinaria porque normalmente los parroquianos no suelen ser más de dos o tres.

Un nuevo jugador de rugby entra al bar (por la puerta) y dice querer darle un beso a Raymonde, que ha oído hablar mucho de ella. Con una risotada, Raymonde lo pone en su lugar y le responde que elle no da besos, y mucho menos si se lo piden, que a su edad ella debe poder decidir a quién besa y que si tuviese que elegir, eligiría al joven pelirrojo, ya que lo conoce desde chico.

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A todo esto, el pelirrojo pavanea y le pide el beso, pero Raymonde lo para enseguida con una delicada trompada, argumentando que si ella tuviese que elegir es el condicional del verbo tener, y que ni loca le daría un beso al pelirrojo delante de todos.

Instantes después, en una vuelta de la conversación, Raymonde anuncia que si traen un acordeón, ella podría bailar con los jóvenes, si no hacen mucho alboroto.

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Como si hubiese sonado la sirena de los bomberos, dos rugbymen -ya bien puestos con 4 pastis- salen corriendo a buscar el acordeón.

Las mesas se empiezan a juntar, y a la nuestra ya hay 3 jóvenes riéndose a carcajadas e invitándonos con una tournée de pastis.

Al juego de la tournée (cada parroquiano paga su vuelta, más la vuelta de la patrona) una persona no muy entrenada puede perder la conciencia en menos de 20 minutos, por lo que decidimos tácitamente con Alain de levantarnos, saludar haciendo mucho ruido y dando muchos apretones de manos y escapar hacia su casa, donde Joëlle -su mujer- nos esperaba para hacer el asado.

No sabemos cómo terminó la soirée chez Raymonde, pero no nos cuesta mucho hacernos una idea aproximativa.
Sé que volveremos pronto -cuanto antes- al bar de Raymonde, ese lugar que nos acerca la vida tal como la imaginamos en nuestros sueños más felices.

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Dans un village des Pyrénées (Ossen), à quelques kilomètres de Lourdes, notre ami Alain Vicente nous a invités à visiter un de ces lieux qui nous transportent à la cinquième dimension. Nous ne croyons pas qu’il s’agisse d’une attraction touristique recommandée dans les guides, mais nous vous assurons que nous ne regrettons pas d’avoir parcouru tant de vallées et montagnes pour arriver jusque là.

Le “ bar de Raymonde ” n’a pas de nom (ou nous ne le connaissons pas), ni bâche « Stella Artois », ni petites tables dans la terrasse (ni terrasse), ni affiches avec pub pour bière (moins encore pour des limonades), de plus, le bar n’a pas d’entrée par la rue et les fenêtresont des rideaux ou des volets fermés (mais ceci n’est pas obligatoire).

On peut entrer chez Raymonde par la cour à côté, la seule chose qui nous indique qu’il s’agit d’un bar c’est la plaque “ LICENCE IV ”, qui est la licence pour vendre de l’alcool.

Pour entrer il faut sonner.

Un moment après, Raymonde descend de son appartement (qui se trouve au premier étage) pour s’occuper de nous, mais avant, elle nous demande de patienter une minute parce qu’elle “ doit se préparer ”.
Raymonde nous donne la bienvenue avec un grand sourire et nous fait passer.

La première chose qui surprend le néophite en entrant est la petite cuisine où règne une ancienne machine de coudre “ Singer ” et un téléviseur improbable situé à une hauteur et dans un angle peu communs pour voir les programmes. Dans cet espace exigu il y a aussi un réfrigérateur familial et un téléphone des 80′ ?

La “ Singer ” est sa fidèle compagne de toute la vie, puisque Raymonde est couturière, ou était couturière jusqu’à ce qu’elle ait hérité le bar qui était de son père.

Raymonde est une femme du peuple et de grande classe, coquète, habillée avec les vêtement qu’elle-même se confectionne. Elle porte des colliers, des boucles d’oreille, du rouge à lèvres et des chaussures à talons.

Son amabilité va de paire avec sa discrétion, et donne l’impression de préfèrer le rire au parler.

Comme nous sommes ses premiers clients (et parce qu’elle a beaucoup de sympathie pour Alain) elle ne rejette pas notre proposition de l’inviter à boire avec nous.
L’ancien bar-comptoir en bois, couronnée d’une tête de cerftête de cerf nous attendrit à première vue.

Nous commandons une bière et Raymonde opte pour un Pastis.

Nous nous instalâmes dans une des grandes tables familiales couvertes d’une nappe de toile cirée, les chaises sont les chaises en bois de sa maison.

Malgré l’interdiction de fumer dans des lieux publics (affiche obligatoire) Raymonde nous approche un cendrier, nous sommes au bout du compte dans la salle à manger de chez elle.

Soudain arrivent 7 jeunes corpulents et avec le désir apparent de boire le bar entier. Ils sont bruyants et affables, ils nous saluent en serrant nos mains avec beaucoup d’énergie, ils font partie de l’équipe de rugby de Lourdes.
Ils demandent 14 pastis, 2 pour chacun et prévoient l’arrivée de davantage de joueurs.

Avec ce vacarme, Raymonde leur dit qu’ils doivent baisser le niveau de volume, et elle rappelle à un roux (pilier de l’équipe, nous supposons) qu’il y a seulement 15 ans, elle lui distribuait des caramels dans ce même bar, au lieu d’alcool.
Un jeune énorme (seconde ligne, sûrement) entre par la fenêtre avec des éclats de rire et en saluant Raymonde comme si c’était son propre fils. Deux autres entrent “ normalement ” par la porte. Mi-rieuse mi-fachée, Raymonde se lève, saisit le jeune intrus par la chemise et l’expédie à nouveau par la fenêtre sèchement. Il lui dit qu’à son bar on entre par la porte et pas autrement. Le jeune lui demande des excuses au milieu des rires de ses amis et accepte d’entrer comme il se doit.

L’équipe de rugby proteste car que les verres sont vides -prétextant des trous inexistants.
C’est reparti pour 10 pastis de plus, et ceci semble seulement le début.
Aujourd’hui c’est la fête du village et il paraît que tout le monde s’est donné rendez-vous chez Raymonde, chose extraordinaire car normalement les habitués ne sont pas plus de deux ou trois.

Un nouveau joueur de rugby arrive au bar (par la porte) salue et dit vouloir donner un baiser à Raymonde, car il a beaucoup entendu parler de cette dame. Avec un grand sourire, Raymonde le remet à sa place, répondant qu’elle ne donne pas de baisers, et beaucoup moins si un inconnu lui demande, à son âge elle doit pouvoir décider qui embrasser et dans le cas où elle devait choisir, elle choisirait le jeune roux, qu’elle connaît depuis toujours.
Sur ce, le roux pavoise et demande le baiser, mais Raymonde lui donne un gentil coup de poing, en faisant valoir que si elle « devait » choisir c’est le conditionnel du verbe devoir, et que même pas folle elle donnerait un baiser au roux devant tout le monde.

Quelque instants après, dans un tour de la conversation, Raymonde annonce que s’ils apportaient un accordéon, elle pourrait éventuellement danser avec les jeunes, s’ils ne font pas trop de vacarme.

Comme si la sirène des pompiers sonnait, deux rugbymen -déjà avec 4 pastis minimum- sortent en courant chercher l’accordéon chez un des gaillards.

Les tables commencent se rapprocher les unes des autres, et à la nôtre il y a déjà 3 jeunes avec éclats de rire nous invitant une tournée de pastis.

Au jeu des tournées (chaque habitué paye son tour, plus le tour du patron) une personne pas très avertie peut perdre la conscience en moins de 20 minutes, ce pourquoi nous décidons tacitement avec Alain de nous lever, de les saluer en faisant beaucoup de bruit et en serrant beaucoup de mains et d’échapper vers chez lui, où Joëlle – sa femme- nous attend pour faire le barbecue.

Nous ignorons comment s’est terminée la soirée chez Raymonde, mais ce n’est pas difficile de se faire une idée approximative.
Je sais que nous retournerons bientôt au bar de Raymonde, ce lieu qui nous rend la vie comme nous l’imaginons dans nos rêves les plus heureux.