El 2010 empezó mal. Estabamos limpiando los restos de la fiesta de año nuevo.
Alguien puso un CD que quedó por ahí: « La llorona », de Lhasa de Sela.
Horas después, nuestra amiga Bïa Krieger -su hermana en la música y en el alma-
nos daba la terrible noticia. Lhasa se fué.
El cáncer había ganado otra vez.
Nunca sentí una tristeza igual por la pérdida de alguien que no conocía personalmente.
Pensándolo bien, recuerdo también haber llorado sin consuelo en la plaza Artigas junto a Luis Rigou y Pablo Dérpich cuando supimos la muerte de Vinicius de Moraes.
Pero era la adolescencia. Con Lhasa fué otra cosa. La encontré al azar, porque me gustó la tapa de su disco. El primero de una corta serie de tres. El descubrimiento de su voz me provocó un placer tan inmenso que debo haber acabado varias veces con la paciencia de quienes me rodean, a fuerza de repetirles que Lhasa era genial.
Tal fué la emoción, que quise escribir canciones para ella, sin nunca haberlo hecho antes, sin tener oficio y sin objetivo y sin conocerla.
El concepto « Quebrada » nació de ese impulso. La pueril esperanza de que algún día ella pudiera participar en él. El tiempo diría si eso era o no un sueño.
Pero Lhasa nunca supo de la existencia de ese proyecto.
La voz femenina de Quebrada es justamente Bïa (artista maravillosa de la que hablaremos en otro post), pero en ese entonces no sabía que eran amigas entrañables, que ambas vivían en Montréal.
No hay casualidades.
En dúo junto a Lhasa, Bïa a dado -a nuestro entender- una de las versiones más simples y hermosas de « Los hermanos » de Atahualpa Yupanqui.
Lhasa tenía 37 años, era hermosa y frágil como la vida.
En Argentina, La Llorona fué editado por Random records recién en el 2007 (diez años después) y pocos la conocen. No saben lo que se pierden.