« La figura como límite de lo sólido » Platón
La visión del taller era de papelitos, destrucción, restos, hilachas de restos tan común de tantos rincones de atelier, todo tipo de papiromanías, arrojada fuera del círculo de la obra, luciendo cortes muy cuidados, sutilezas dispuestas y menospreciadas después, basura delicada, lo perfecto y mejor, escupido por el piso (si esto no es terrorismo, el esquema es muy parecido).
Restos que, como el título del tango aquel, « Desde el Alma« , son de un lugar de parentesco cercano.
Ya se sabe que los artistas a cada final de serie, antes de pasar al acto siguiente, (cuadro, cosa de arte, dibujo o bodrio sentimental) buscan un lugar donde abandonarse y abandonar, para no contagiar con la imagen anterior, la venidera.
Así crearon el concepto de Cuaderno Felpudo.
Donde uno se limpia, para no entrar en la nueva casa de la flamante obra a realizar -la desconocida-, con rastros de la anterior.
Pero esta particular añoranza de lo imaginario -más que de lo real-, culmina casi siempre en un trabajo práctico y obligatorio: rayar un cuaderno de un solo y abismal golpe, de una sola pasada cubrirlo de cabo a rabo, de tapa a tapa, en el menor tiempo posible.
Sólo faltaba el tema.
Ante tanta basura desparramada, un tsunami de hojas y recortes, materias apartadas de una obra final, partes desterradas por el suelo, resignada, bajo la mesa de trabajo; sin quererlo acabamos de nombrar la vedette, la protagonista de estos dibujos, la susodicha Mesa.
La Mesa como centro de un mundo en disección permanente.
Alguna vez el mundo, centró en la obra, el acto de la cruz, los retorcidos tendones del Nazareno. Más plebeya la mesa -centro de otra crucificción, la cotidiana- y a su alrededor, abajo, a sus costados, sobre, restos de lo que podría haberse salvado y se perdió hacia otra aventura ajena y desconocida.
Abel Robino
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