Como todo auténtico revolucionario
era insobornable.
(Sabía que el valiente muere en la esquina
y el cobarde en la mitad de cuadra).
Le destapó los oídos a cuatro generaciones.
Los puristas querían descuartizarlo
y él con su cara de gato les respondía
poniendo cada vez más notas en el pentagrama.
(¿No les gusta el caldo? ¡Pues tres tazas!).
Hasta hubo quien lo llamó traidor al tango
olvidando que era el único músico del mundo
al que Gardel le había preparado el desayuno.
Sabía, como Gramsci, que lo nuevo tarda en nacer
y lo viejo tarda en morir.
Decía que tocaba el bandoneón de pie
porque no quería parecer un lustrabotas
pero era sólo otro modo de broncar a los giles.
Fue Troilo quien le puso « gato »
porque iba y venía, iba y venía, iba y venía.
Con el tiempo
la ciudad acabó acostumbrándose a sus ruiditos
y ahora todo Buenos Aires suena a Piazzolla.
A su manera, fue un foquista.
Mario Paoletti