El link entre J.G. Ballard y J. K. Galbraith
El 19 de abril murió en Inglaterra J.G. Ballard, autor visionario, pesimista, él lo habia previsto todo: la sociedad del ocio, el fetichismo de los objetos de consumo, el culto a la celebridad… Nos hablaba del mundo de hoy, no del de mañana.
J.G. Ballard, uno de los grandes de la ciencia ficción contemporánea.
Sus libros, novelas y cuentos, fueron y serán inspiración para los directores de cine.
El imperio del sol, dirigida por S. Spielberg tiene marcados tintes autobiográficos, se inspira en algunas vivencias de Ballard en su adolescencia en los campos de refugiados en Shangai.
James Graham Ballard había nacido en esa ciudad en 1930 y a los 12 años fue trasladado con su familia a este campo de reclusión donde permanecieron durante 3 años. Aprendiendo el totalitarismo con la mamadera. En 1946 emigran a Inglaterra donde vivirá toda su vida. Al llegar comenzó a estudiar medicina en la Universidad de Cambridge pero nunca terminó la carrera. Se licenció como piloto en Canadá, fue editor científico y finalmente decidió dedicarse a la literatura.
Algunas perlitas.
La Ficción es una rama de la neurología: los escenarios de los nervios y los vasos sanguíneos son las mitologías escritas de la memoria y el deseo. »
El gusto por la pornografía generalizada significa que la naturaleza nos está alertando a la amenaza cierta de extinción.
Cualquier tonto puede escribir una novela, pero requiere genio para venderla.
Teniendo en cuenta que la realidad exterior es una ficción, el papel del escritor es casi superfluo. Él no necesita inventar la ficción porque ya está allí.
Me gustaría resumir mi temor sobre el futuro en una palabra: aburrido. Y eso es mi único temor: que todo haya sucedido, que nada nuevo o emocionante o interesante vaya a pasar … el futuro sólo va a ser un gran, conforme suburbio del alma.
En un mundo completamente cuerdo, la locura es la única libertad!
La ciencia y la tecnología se multiplican a nuestro alrededor. Cada vez en mayor medida dictan las lenguas en las que se habla y piensa. O bien utilizamos estos idiomas, o nos quedamos en silencio.
En 1956 comenzó a escribir sus primeros cuentos pero fue con la aparición de El mundo sumergido (1962) que su nombre empezó a aparecer entre los de los creadores de una nueva tendencia de la literatura de ciencia ficción que tomó el nombre de ficción especulativa. Para el propio Ballard sus libros lo que hacían era describir la nueva psicología del futuro.
La mayoría de ellos se sustentan sobre problemáticas muy propias del siglo XX y prefiguran algunas de las amenazas reales para el planeta. El miedo y la irracionalidad que producen sostienen muchos de los conflictos de nuestra era. Crash! , escrita en 1973 fué llevada al cine en 1996 por David Cronenberg. Es una de las películas que mas nos han incomodado y fascinado al mismo tiempo.
Borges y Ballard en los ’70, cuando escribía Crash !
Crash! fué la experiencia más difícil de mi vida de escritor. Escríbia cosas horribles mientras que mis hijos, entonces pequeños, jugaban a mi alrededor… Me volvía loco.– dice Ballard
La segunda oportunidad – RTE o la pasión del Crash
Ballard escribió cerca de 20 novelas de las cuales La sequía (1964) y El mundo de cristal (1966) muestran la importancia que para él tenía el tema ecológico, y La isla de cemento (1974) o Rascacielos (1975) ponen de manifiesto el rol del hombre en la destrucción del planeta.Sus obras hablan de manera especialmente cruda de las grandes tragedias humanas provocadas por los conflictos bélicos que marcaron todo el siglo pasado. Miracles of life (2008) es su libro más directamente autobiográfico, y culmina con la declaración de su enfermedad terminal. Tenía 78 años.
“Pienso que debería haber más sexo y más violencia en televisión, y no menos. Ambos son poderosos catalizadores del cambio social, en momentos en que se necesita desesperadamente un cambio.”
« J. G. Ballard. Autopsia del nuevo milenio » (Exposición en el CCCB de Barcelona)
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WHAT I BELIVE (de J.G. Ballard)
Creo en el poder de la imaginación para rehacer el mundo, liberar la verdad que hay en nosotros, alejar la noche, trascender la muerte, encantar las autopistas, congraciarnos con los pájaros y asegurarnos los secretos de los locos.
Creo en mis propias obsesiones, en la belleza de un choque de autos, en la paz del bosque sumergido, en la excitación de una playa de vacaciones desierta, en la elegancia de los cementerios de automóviles, en el misterio de los estacionamientos de varios pisos, en la poesía de los hoteles abandonados.
Creo en las pistas de aterrizaje olvidadas de Wake Island, señalando a los Pacíficos de nuestras imaginaciones.
Creo en la belleza misteriosa de Margaret Thatcher, en el arco de sus fosas nasales y el borde de su labio inferior; en la melancolía de los conscriptos argentinos heridos; en las sonrisas perturbadas de los empleados de estaciones de servicio; en mi sueño sobre Margaret Thatcher acariciada por ese joven soldado argentino en un motel olvidado, observados por un empleado de estación de servicio tuberculoso.
Creo en la belleza de todas las mujeres, en la perfidia de sus fantasías, tan cerca de mi corazón; en la unión de sus cuerpos desencantados con los rieles de cromo de las góndolas de supermercado; en su cálida tolerancia de mis propias perversiones.
Creo en la muerte del mañana, en el acabamiento del tiempo, en la búsqueda de un tiempo nuevo en las sonrisas de las mozas de los bares de las rutas y en los ojos cansados de los controladores de tráfico aéreo en aeropuertos fuera de temporada.
Creo en los órganos genitales de los grandes hombres y mujeres, en las posturas corporales de Ronald Reagan, Margaret Thatcher y la Princesa Diana, en el suave olor que emana de sus labios cuando miran a las cámaras del mundo entero.
Creo en la locura, en la verdad de lo inexplicable, en el sentido común de las piedras, en la demencia de las flores, en la enfermedad reservada para la raza humana por los astronautas del Apolo.
No creo en nada.
Creo en Max Ernst, Delvaux, Dalí, Tiziano, Goya, Leonardo, Vermeer, de Chirico, Magritte, Redon, Durero, Tanguy, el Facteur Cheval, las torres Watts, Bocklin, Francis Bacon, y en todos los artistas invisibles dentro de las instituciones psiquiátricas del mundo.
Creo en la imposibilidad de la existencia, en el humor de las montañas, en lo absurdo del electromagnetismo, en la farsa de la geometría, en la crueldad de la aritmética, en las intenciones asesinas de la lógica.
Creo en las adolescentes, en la corrupción que hay en ellas sólo por la postura de sus piernas, en la pureza de sus cuerpos desaliñados, en los rastros que sus partes pudendas dejan en los baños de moteles miserables.
Creo en el vuelo, en la belleza del ala, y en la belleza de todo lo que alguna vez haya volado, en la piedra arrojada por un niño pequeño que lleva en sí misma la sabiduría de los estadistas y de las parteras.
Creo en la amabilidad del bisturí, en la geometría sin límites de la pantalla de cine, en el universo oculto dentro de los supermercados, en la soledad del sol, en la locuacidad de los planetas, en la redundancia de nosotros mismos, en la inexistencia del universo y el aburrimiento del átomo.
Creo en la luz que arrojan las videograbadoras en las vidrieras de las grandes tiendas, en la agudeza de las parrillas de los radiadores en los salones de venta de automóviles, en la elegancia de las manchas de aceite sobre las barquillas de los motores de los 747 estacionados en las pistas de los aeropuertos.
Creo en la no existencia del pasado, en la muerte del futuro, y en las infinitas posibilidades del presente.
Creo en el desarreglo de los sentidos: en Rimbaud, William Burroughs, Huysmans, Genet, Celine, Swift, Defoe, Carroll, Coleridge, Kafka.
Creo en los diseñadores de las Pirámides, el Empire State, el bunker del Fuhrer en Berlín, las pistas de aterrizaje de Wake Island.
Creo en la fragancia del cuerpo de la Princesa Diana.
Creo en los próximos cinco minutos.
Creo en la historia de mis pies.
Creo en las migrañas, el aburrimiento de las tardes, el temor a los calendarios, la traición de los relojes.
Creo en la ansiedad, la psicosis y la desesperanza.
Creo en las perversiones, en el amor obsesivo por los árboles, las princesas, los primeros ministros, las estaciones de servicio abandonadas (más bellas que el Taj Mahal), las nubes y los pájaros.
Creo en la muerte de las emociones y el triunfo de la imaginación.
Creo en Tokio, Benidorm, La Grande Motte, Wake Island, Eniwetok, Dealey Plaza.
Creo en el alcoholismo, las enfermedades venéreas, la fiebre y el agotamiento.
Creo en el dolor.
Creo en la desesperanza.
Creo en todos los niños.
Creo en mapas, diagramas, códigos, juegos de ajedrez, rompecabezas, tableros de horarios de vuelos, carteles indicadores de los aeropuertos.
Creo en todas las excusas.
Creo en todas las razones.
Creo en todas las alucinaciones.
Creo en toda la rabia.
Creo en todas las mitologías, recuerdos, mentiras, fantasías y evasiones.
Creo en el misterio y la melancolía de una mano, en la amabilidad de los árboles, en la sabiduría de la luz.
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Informaciones recojidas en BBC Mundo, jgballard.com, papelenblanco.com
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John Kenneth Galbraith(Ontario, 1908 – Cambridge, Mass. EEUU, 2006) fue un conocido economista, y nuestros lectores ya habrán hecho el link entre Ballard y él, aparte el hecho de que estén los dos muertos. Galbraith también hablaba del mundo de hoy, no del de mañana.
Galbraith no responde al estereotipo de economista norteamericano, por sus ideas iconoclastas sobre la economía y prácticas de sus pares. Su mayor preocupación no era el análisis econométrico o teoría económica, sino analizar las consecuencias de la política económica en la sociedad y la economía política, en una forma accesible y eliminando gran parte del tecnicismo utilizado por los economistas.
En 1949, Galbraith fue nombrado profesor de economía en Harvard. Fue también editor de la revista Fortune.
En su primera gran obra, Capitalismo americano, (American Capitalism: The concept of countervailing power, 1952) señala que las grandes corporaciones han desplazado a las pequeñas o negocios de carácter familar, y, como consecuencia, los modelos de competencia perfecta no pueden ser aplicados en la economía de EE.UU. Una forma para contrarrestar ese poder, según Galbraith, es el surgimiento de grandes sindicatos. En La sociedad opulenta (The Affluent Society, 1958), contrasta la opulencia del sector privado con la avaricia del sector público. Con ello demuestra que EE.UU., en los años cincuenta, era el ejemplo de un país con una economía en crecimiento, pero que en su interior existían grandes desigualdades sociales. Finalmente, en El nuevo Estado industrial (The New Industrial State, 1967) señala que las grandes corporaciones (como la General Motors, otro punto en común con Ballard) dominan el mercado de EEUU. Esto, como resultado de su gran crecimiento productivo y el nivel en sus operaciones, que les permite controlar sus mercados.
El crash de 1929 (The Great Crash, 1929)
El libro fue publicado por primera vez en 1954, en el 25 aniversario del crash de 1929, cuando su recuerdo e influencia estaban todavía muy presentes. En la introducción a una reedición de los años 90, el autor afirma:
Cada vez que la obra estaba a punto de ser descatalogada y desaparecer de las librerías, un nuevo episodio especulativo (…) estimulaba el interés por la historia de aquel gran caso contemporáneo de prosperidad y súbito desplome del mercado de valores, que condujo a una implacable depresión.
El crash de 1929 se convirtió pronto en una de las obras más vendidas de Galbraith. Acerca de su trayectoria comercial, el autor comenta en la misma introducción anterior:
Tuvo una breve aparición en las listas de libros más vendidos y satisfecho lo veía expuesto en los escaparates de las librerías. En mis frecuentes visitas a Nueva York, me apenaba, no obstante, que no hubiese ni rastro de él en una pequeña librería situada en la rampa que, en la antigua terminal del aeropuerto de La Guardia, conducía hasta los aviones. Una noche entré y me dediqué a examinar las estanterías. La encargada finalmente se apercibió de mi presencia y me preguntó qué buscaba. Algo azorado, omití el nombre del autor del libro y le dije que era una obra llamada The Great Crash. Aquella mujer me respondió con firmeza: “No es un libro que se pueda vender en un aeropuerto”.
Otros libros de John Kenneth Galbraith, – Qué titulos!
-El triunfo. -Dinero. -Una vida de nuestro tiempo. -La era de la incertidumbre. -Breve historia de la euforia financiera -La pobreza de las masas. -Historia de la economía. -La cultura de la satisfacción.
Y General Motors ¿quiebra o no quiebra? ¡Si Galbraith viviera !